martes, 1 de noviembre de 2011

LA REINA DEL AMBAR


 Erase una vez un hermoso y antiguo país, que en sus primeros orígenes había estado cubierto por inmensos bosques de pinos resinosos. Estos pinos habían desaparecido hacía millones de años, pero sus lágrimas resinosas, quedaron enterradas en el subsuelo para siempre. Con el paso de los siglos estas resinas se convirtieron en ámbar, y era tan raro y maravilloso que todo el mundo quería poseerlo. Desde lejanos países llegaban comerciantes y aventureros a buscarlo para fabricar toda clase de joyas y objetos preciosos.

 El Rey Kaspars reinaba sobre este hermoso país, desde hacia muchos años. Era bueno y considerado con sus súbditos que le adoraban a él, y a su hermosa hija la princesa Ieva. El monarca estaba muy preocupado por la gran afluencia de extranjeros que venían a su reino a expoliar su riqueza, destrozando sus bosques, contaminando sus lagos y avasallando a sus habitantes.

 Llegaban  a sus hermosos campos con sus palas y picos y se ponían a horadar la tierra, cortando sus centenarios árboles y sacando sus piedras de ámbar, sin el más mínimo respeto hacia sus legítimos propietarios. En el último año fue tal el expolio ocasionado que el buen Rey, cansado de la situación y de las justificadas quejas de sus súbditos, reunió a sus Ministros para pedirles consejo.
El Consejo del Reino decidió mandar a su ejercito para impedir el paso de los invasores, y hacer marchar a los que permanecían horadando montes y valles. 
 Este ejercito estaba dirigido por el Mariscal Vadis, hombre ambicioso y taimado, que siempre había querido tener más y más poder. El Rey le encomendó a sus tropas y le dio poderes para conseguir frenar a los ladrones. Le ordenó no usar la violencia más que en  caso de absoluta necesidad.
 Vadis vio la oportunidad de afianzar su poder e influencia sobre el reino y en su fuero interno, empezó a pensar en derrocar al rey y hacerse nombrar él en su lugar. Para ello tenia primero que desacreditarle y volver al pueblo contra él, lo cual era harto difícil pues su pueblo le adoraba.

Vadis tenia un hijo llamado Karlis que era tan ambicioso y malvado como su padre. En varias ocasiones había cortejado a la princesa Ieva, pero esta siempre lo rechazaba ya que no lo podía soportar.
Ambos, padre e hijo tramaron en secreto un maléfico plan para conseguir sus fines. 
Así que los dos se pusieron en camino con el ejercito en dirección a la frontera con el Reino de las Tierras Oscuras de donde procedían todos los ladrones y expoliadores. 


El Reino de las Tierras Oscuras estaba regido por un malvado y loco Rey llamado Urko. Este rey tenía a su pueblo convertido en un país sin ley. Se castigaba a los buenos y trabajadores, se les expoliaba y encarcelaba. Solo eran premiados con tierras y tesoros los malvados asesinos, los ladrones y los más criminales. Los pobres campesinos estaban esclavizados trabajando de sol, a sol , expoliados sus sembrados y ganado, para abastecer las mesas y los bolsillos de los maleantes y sinvergüenzas. 


 El pérfido rey disfrutaba mucho viendo la tortura de aquella pobre gente y lo celebraba con borracheras y grandes fiestas donde se podían oír sus horrendas risotadas.
Una vez en la frontera, Vadis mando acampar a sus tropas y envió un emisario a entrevistarse con el señor de las Tierras Oscuras, quien ¡como no! ansiaba las riquezas del reino vecino.
Pronto los dos truhanes se pusieron de acuerdo, en invadir el reino del Ámbar, derrocar a su legitimo Rey y explotar sus yacimientos en su propio beneficio.

A los pocos días los habitantes del Reino del Ámbar fueron invadidos por un gran ejercito procedente del vecino país, que en un periquete se hicieron los amos de todo. El Rey Kaspars y la Princesa Ieva, fueron confinados en una torre del castillo y aislados de todos sus súbditos.

El Mariscal Vadis emprendió una campaña de desprestigio hacia el Monarca y asumió el poder en todo el país. 
Pronto el terror se instaló en el otros tiempos feliz reino, y sus habitantes clamaban indignados contra Vadis y el Rey que no les defendían. Aprovechando este descontento el Rey Urko se instaló en el castillo y usurpó el trono, prometiendo a los ciudadanos que él iba a poner orden en aquel revuelto y desgraciado Reino. 
En privado se reía a mandíbula batiente de lo ilusos que eran y como les habían engañado.

 Todo estaba saliendo a pedir de boca a los dos malvados. Se habían adueñado de todo el poder y habían desacreditado a su legítimo Rey. ¡Todo les había salido como ellos planearon! Los dos lo celebraban con grandes orgías en las que el vino corría sin cesar embruteciendoles al máximo.
Mientras el depuesto rey Kaspars y la princesa Ieva, se desesperaban en su mazmorra sin saber que estaba pasando. No habían vuelto a ver a nadie de sus conocidos y eran alimentados a través de un pequeño ventanuco de su celda.


 Un día la princesa intentó hablar con el soldado que les dejó la comida pero este no le contestó. Al día siguiente volvió a intentarlo pero no obtuvo respuesta. Cuando se disponía a comer el duro pan que constituía su comida, observo un pequeño pergamino que salia entre la miga. Muy intrigada lo sacó con cuidado y a la mortecina luz de una pequeña vela lo leyó emocionada. ¡Que alivio sintieron al recibir noticias!. Pero pronto su alegría se truncó en tristeza y desesperanza. La misiva se la había hecho llegar la doncella de la princesa, corriendo un gran riesgo. En ella le relataba todo lo que estaba pasando, como Vadis y su hijo estaban detrás de todo y como estaban haciendo creer a su querido pueblo  que ellos estaban de acuerdo.

Ieva lloró desconsolada sin saber que hacer. Su padre se había quedado mudo desde que fue encerrado y apenas se daba cuenta de nada. Pronto la princesa fue consciente de la terrible  situación y empezó a pensar desesperada como salir de allí.


Su doncella Filidora la adoraba pero ella no podía ponerla en peligro. La buena mujer ya había hecho demasiado. Ieva se mesaba los cabellos pensando como escapar. Su anciano padre la miraba con desconsuelo, pero no era ninguna ayuda para ella en aquellos terribles momentos.
Esa noche apenas pudo dormir. Cuando ya el sueño la venció cerca del amanecer, soñó con su madrina, la maga Termis. Esta sabia mujer que la protegía desde que nació, apareció en sus sueños, dándole un mensaje, que ella no entendía.

Termis le susurraba unas enigmáticas palabras que para ella constituían una incógnita. En su cabeza resonaba la voz dulce de Termis que decía:
 Subo dos, bajo tres, mi mano no vacila, nunca seré esposa ni sentiré amor.
Ieva pensaba a todas horas en estas palabras, pero no encontraba la solución. Esa noche fue incapaz de dormir. Al día siguiente cuando se despertó empezó a pensar, desesperada por descifrar aquel enigma. Al mediodía no había conseguido nada.

 Fue entonces cuando observó por casualidad una piedra que sobresalía de la pared de la celda. Sin saber como y como si una fuerza ajena a ella la guiara, apoyo con firmeza su mano en el saliente y midió dos palmos hacia arriba y tres hacia abajo y fue así como encontró un pequeño hueco que apretó con fuerza. De repente se oyó al fondo de la celda un sordo ruido, y poco a poco se fue abriendo una puerta en la pared de la cual nacía un estrecho pasadizo y unos resbaladizos peldaños. Cogió a su padre con una mano y con la otra una pequeña vela para alumbrarse, y muy lentamente, fueron avanzando. Tardaron mucho tiempo en avistar luz al otro lado, y fue entonces cuando Ieva tuvo miedo de ser descubiertos por sus enemigos.

Extremaron al máximo las precauciones cuando llegaron al final. A la salida del pasadizo recibieron la maravillosa sorpresa de encontrarse con Termis y Filidora que los estaban esperando.
Se dispusieron a abandonar el lugar con el mayor sigilo en compañía de ambas. Fue durante el camino que las dos les fueron  informando de la horrible situación del Reino.


La maga Termis habló claramente a Ieva. Le dijo que para recuperar el reino tenia que cumplir la segunda parte del enigma. Le dijo que podría ayudarla a recobrar el trono pero que nunca se debería casar ni enamorarse.

Ieva no se lo pensó ni un instantey dijo: acepto. La maga le insistió: piensa bien, ya que no podrás faltar a tu promesa.
La princesa contestó: no hay nada más importante que el Reino del Ámbar y sus habitantes para mi.
Termis dijo: que así sea.

Pronto los ciudadanos supieron que su Rey y la princesa estaban libres y llenos de rabia por el engaño sufrido, se enfrentaron a los malvados usurpadores en una guerra cruel en la que muchos cayeron. Lautaro de Van un modesto pastor, se había puesto al mando de los campesinos, con un brío y una valentía que hicieron que todos le siguieran ciegamente. Así que en pocos meses los asesinos desalmados fueron expulsados sin contemplaciones de aquella hermosa tierra.

El anciano Rey Kaspars murió poco después de recobra el trono. No pudo soportar el sufrimiento y enfermó gravemente sin poder recuperarse.
Ieva fue coronada como Reina del Ámbar, haciendo un solemne juramento de que nunca se casaría ni se enamoraría de ningún hombre.
Pasaron algunos meses y todo volvió a la normalidad. El país se fue recuperando de la horrible guerra y las heridas fueron cerrandose.

Un día la Reina salió de paseo por el bosque acompañada de su doncella. Se internaron en lo más intrincado de la maleza y allí se dispusieron a coger fresas silvestres. Fue en ese momento cuando se dieron de bruces con un hermoso pastor que cuidaba a su rebaño.

Lautaro, pues no era otro, se inclinó ante la reina y su dama.
Ieva quedó arrebatada por la hermosura del muchacho. Su corazón empezó a latir con una fuerza que le saltaba en el pecho. Azarada, quedó un momento sin saber que decir. Filidora notó su turbación y quiso despedir al muchacho rápidamente. Algo inexplicable los retenía allí a ambos. Se miraban mutuamente sin decir palabra, pero hablándose con la mirada. Fue un flechazo, un enamoramiento súbito de dos almas gemelas que al fin se habían encontrado.

La reina perdió el sentido y la prudencia por completo. Se había enamorado y quería vivir ese amor por encima de todo, olvidando su promesa y juramento. Se entregó a su amado en cuerpo y alma de una forma total, con una entrega y una pasión que la hacían ser temeraria.
Pronto fue descubierto este amor clandestino y sus súbditos no tuvieron piedad del pobre pastor. Lo juzgaron y castigaron al destierro perpetuo y ni las lágrimas ni los ruegos de Ieva, pudieron cambiar nada.

Ieva quedó desolada con la marcha de su amado. Cuenta la leyenda que todavía llora por su amado, camuflada entre las piedras de ámbar y dicen los más sabios del lugar que sus lágrimas se mezclan con la arena de las playas, convertidas en pequeñas piedras de ámbar que se encuentran con más frecuencia en los días de lluvia, cuando la hermosa y desgraciada Reina más recuerda a su amado.

FIN