miércoles, 7 de marzo de 2012

ANDALUCÍA




Hace ya muchos años que dejé mi tierra: Andalucía.
Lo hice en un momento en el cual necesité dar un cambio a mi vida. Vine a Madrid donde siempre me he sentido como en mi casa y al cual llevo en mi corazón para siempre. Me siento madrileña de adopción. Desde entonces y a pesar de los años, no he perdido el amor por mi tierra, y he vuelto con frecuencia para encontrarme con los olores y sabores de mi juventud.




A pesar del tiempo transcurrido, todavía conservo lazos de amistad y afecto con amigos de toda la vida. Conozco pues el tema del que  voy a hablar, y espero que con estas líneas no hiera ninguna sensibilidad.




La Andalucía de mi niñez era tétrica, oscura, aislada, e ignorante. Era la época de la dictadura y España había salido de una guerra civil no hacia muchos años. Estaba aislada, y se autoabastecia de lo que producía. Carecía de casi todo, pues los adelantos tecnológicos y los avances de la ciencia aquí no llegaban. España era castigada por el mundo civilizado, con una saña digna de mejores causas, ya que era la población exhausta por aquella guerra, la que pagaba el pato.




Así era todo en aquellos años. Los andaluces como otras regiones españolas, padecían una pobreza endémica pero digna. Dependían de los jornales que ganaban esporádicamente cuando el cacique o latifundista tenía a bien contratarlos. Andalucía no era como Galicia o Asturias. Estaba en manos de unos pocos terratenientes que eran los amos de casi todo. No existía el minifundio, sino los grandes cortijos o latifundios.




Era una pobreza trágica, porque estaba en manos de los poderosos tener trabajo o no. La mayoría de los terratenientes eran unos canallas. Preferían que la cosecha de aceituna se secara en el suelo, que dar un jornal decente a los temporeros.




Franco, como después todos los gobernantes que le sucedieron, mimaba a los catalanes y a los vascos para tenerles tranquilos. Todas las industrias eran montadas en estas dos regiones, convirtiéndose en poco tiempo en pujantes zonas necesitadas de mano de obra.




Admiré a mis paisanos cuando cogieron sus maletas, y salieron en busca de trabajo a estas zonas, y a otras del extranjero. Allí demostraron que los tópicos fabricados desde la ignorancia y el desprecio, no eran más que mentiras. Los andaluces pronto se convirtieron en trabajadores apreciados por su laboriosidad y su seriedad, en numerosos países europeos donde eran mucho más apreciados que el resto de emigrantes. Fueron determinantes sus aportaciones económicas para el pujante bienestar de los años siguientes.




 Los gobernantes de la época se adjudicaron "el milagro español", como si hubieran sido ellos los artífices, y no los miles y miles de andaluces, extremeños y de otras zonas de España, los que hubieran hecho aquella ingente aportación de divisas. Los andaluces a través de los siglos han sobrevivido porque al igual que las mieses, se acomodan al viento que sopla. Lo han hecho tantas veces a lo largo de la historia, que les sale de forma natural. Esta particularidad les ha hecho sobrevivir y seguir existiendo como pueblo.




Durante todo el periodo democrático Andalucía ha sufrido un cambio notable. Las viviendas y el nivel de vida del que disfrutan es significativo comparado con el de aquellos años. Mucho de este bienestar ha sido posible gracias a las subvenciones varias de las que bastantes mas personas de lo normal disfrutan.




 El PER instaurado en aquellos primeros años de democracia, para mitigar la pobreza que asolaba al mundo rural en Andalucía y Extremadura, se ha convertido en una subvención permanente, que "los nuevos caciques", léase políticos, conceden a diestra y siniestra entre sus adeptos ideológicos. Conozco personalmente a varias personas que cobran una pensión sin haber trabajado nunca jamás en su vida. Entre los 4oo € del PER y las cuatro chapuzas que les salen, viven tan ricamente instalados en la holgazanería. No contentos con esta situación de vivir subvencionados de por vida, algunos defienden lo indefendible creyendo a pies juntillas que los demás españoles estamos en deuda con ellos.




Señores: yo estoy en deuda con los otros andaluces, aquellos que cargados de dignidad, con una vieja maleta de cartón salieron al extranjero a buscarse la vida decentemente. Con los andaluces parasitarios que viven a mi costa y colgados de las pensiones y la subvenciones, que alegremente les regalan los políticos, para que les voten y así perpetuarse en el poder;  para nada me siento obligada. Es más desde aquí les conmino a recobrar la dignidad perdida, pues no hay dignidad en vivir del cuento y de adular a los derrochones políticos que los han llevado a la situación actual.
Si al derecho al trabajo.
No a la subvención y al cuento.