viernes, 2 de noviembre de 2012

EGIPTO Y TIERRA SANTA




¡Hola amigos!
Acabo de regresar de un viaje que llevaba mucho tiempo deseando hacer.
El Oriente Medio siempre me ha fascinado y hacía muchos años que quería visitarlo. Egipto, con su civilización milenaria me atraía sobremanera. Las pirámides, las tumbas, el mundo de los faraones me parecían fascinantes. Siempre había soñado con ir. En esta ocasión he podido entrever algo de esa civilización, y he conocido las colosales pirámides de Gizah y la esfinge. También he conocido el río Nilo, Menfis, Alejandría y el Cairo.  

Independientemente del asombro y admiración que produce conocer estos monumentos y ciudades, he podido comprobar como viven sus habitantes; sobre todo en El Cairo.
Veinte millones de personas, y un servicio de recogida de basuras inexistente. No tienen plantas de tratamiento de residuos, ni recogen las basuras domesticas. Estas carencias hacen que la ciudad sea un completo muladar donde las bolsas de basura, los animales muertos, y toda clase de detritos se amontonen en las calles y cieguen los canales del río. 


El polvo y la suciedad lo invaden todo, y el desierto avanza cada día un poco más, adueñándose de lugares que hace años estaban bañados por los canales del Nilo y eran fértiles y llenos de vida.
No se si es miseria o dejadez; pero es espeluznante adentrarse en los suburbios y ver la forma en que viven miles de personas. Niños y adolescentes escuálidos, juegan en las calles entre basura y charcos de aguas pestilentes.
El Cairo es hoy en día la ciudad más contaminada del planeta Tierra. No quiero entrar en otras consideraciones porque no tengo suficiente información.


Prosigo mi viaje hacia Tierra Santa. El primer día salimos desde Haifa para recorrer la Galilea, donde lo primero que conocemos es la ciudad de Nazaret.
La primera parada la hacemos en esta ciudad. Allí viven sobre todo personas de religión musulmana. Se sabe por sus tenderetes callejeros, su vestimenta y sus casas completamente distintas a las de los judíos. Los musulmanes construyen unas viviendas sobre otras para que sus hijos una vez se casan, tengan su propio espacio. Se ve prosperidad en los negocios, paz y armonía entre vecinos de distintas religiones; son acogedores y se esfuerzan con los visitantes.

Independientemente de las connotaciones religiosas del viaje y de las motivaciones de cada cuál, a mi personalmente me ha sorprendido la buena convivencia que se aprecia entre las diferentes religiones dentro del territorio de Israel.
A lo largo del día las visitas se van sucediendo por toda la Galilea, recorriendo el lago de Tiberíades o Mar de la Galilea , Caná, Getsemaní, Cafarnaúm, Magdala, etc.

Visitamos la Iglesia de la Anunciación, levantada sobre lo que fue la casa de María y José. También visitamos la iglesia de San José, edificada sobre lo que fue la carpintería del esposo de María. Proseguimos hacia Caná, donde Jesús realizó su primer milagro y seguimos hacia el valle del Jordán. Visitamos la iglesia de la Multiplicación justo al lado del lugar donde Jesús realizó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Visitamos los restos de una sinagoga donde Jesús enseñó y curó a los enfermos. Vimos los restos de la casa de San Pedro y terminamos en el lago de Tiberíades o Mar de la Galilea. Recorrer estos lugares donde creció Jesús me impactó y enamoró desde el primer momento.


El paisaje es muy similar al de mi lugar de nacimiento; Andalucía. Todo allí me la recuerda. Sus campos de olivos, arboles frutales, granados y naranjos. Todo está cultivado y el orden se aprecia por todas partes. Las tierras perfectamente labradas, orden, limpieza y sensación de paz.


Al día siguiente visitamos Jerusalén. Salimos a primera hora de la mañana desde la ciudad de Ashdod. Lo hacemos en autobús y tengo  por vecinos de asiento a un añoso matrimonio de origen español, residentes en Barcelona. La esposa, una habladora octogenaria, enseguida intentó entablar conversación conmigo, incapaz de permanecer callada por un segundo. Por cortesía y educación, le presto atención poniéndome al tanto en un plis plas de su lugar de procedencia, edad, origen, historia familiar etc. 


De repente nuestra guía que se esforzaba con denuedo en cumplir con su cometido, rogó silencio y atención. El marido de mi interlocutora, un nacionalista catalán de la cuerda del Arturet, lanzó un destemplado grito con su fuerte acento a la atribulada guía, por haberse permitido pedir silencio. Iracundo, gritón, mal educado.... el provecto individuo siguió su perorata hasta que la azarada guía, ante el cariz que iban tomando las cosas, optó por callarse. Josep Puig, que así se llamaba el despreciable vejete, envalentonado ante todos los viajeros, siguió durante un rato, mostrando su soberbia, su ira, su mala leche, y su falta de educación. 


Avergonzada, intenté hundirme en mi asiento, pero el despreciable individuo no me lo permitió. Sin ser consciente del espectáculo lamentable al que había dado lugar, se volvió hacia mi, y desde la abierta la espita de su bocaza, rebuznó preguntándome de donde era yo; le dije que era española y vivía en Madrid. Su cara congestionada me asusto. ¿De Madrit? ¡Pues menudo sitio has escogido para vivir!, me dijo sin el menor atisbo de vergüenza. ¿Y donde has nacido? prosiguió. De mala gana le dije que era andaluza. No bien oyó el lugar de mi procedencia, empezó a despotricar contra mis paisanos llamándoles vagos, ignorantes, analfabetos etc. 


Como ya no estaba dispuesta a aguantarle ni una más, y hasta entonces solo me había contenido la educación y el respeto que por su edad le debía, me puse en pie y le espeté sin ningún miramiento. ¡Mira Pepe, no pienso aguantarte ni un minuto más! y añadí ¿Como es posible que hayan dejado subirse a un autobús a un un burro como tu? Un gran aplauso estalló dentro del vehículo y ¡gracias a Dios! aquello le hizo callar durante el resto del trayecto. Por fin llegamos a Jerusalén, me olvido del personaje, y me dedico a empaparme de la historia de la ciudad. La visión de los restos del Templo y de la ciudad Santa desde el Monte Scopus me impresionó de tal manera, es tan fuerte, que por un momento siento que yo ya había estado en esa ciudad en otro momento. 


Se me erizaron los vellos cuando entré por la puerta de Sión, por la misma donde entró Jesús un día. Visité el Cenáculo, el Santo Sepulcro, el Vía Crucis, la Tumba del Rey David, el Muro de las Lamentaciones, la Iglesia de la Agonía, el barrio musulmán, el judío. Anduve por sus callejuelas y en todo momento sentí la misma sensación. Es la Ciudad Santa, y no hay nada más que añadir. Si ustedes me preguntan porque lo digo, pues no sabría explicarlo; sencillamente lo sé.

Israel me ha emocionado y conmovido. Sus esforzados habitantes trabajan mucho y luchan cada día para sacar adelante su pequeño, pero gran país. Sinceramente les admiro. Todos aportan su granito de arena, aman su tierra, su lengua, sus costumbres, y sus tradiciones.

Por supuesto no fui yo sola la que experimento todas estas sensaciones. Muchas personas sintieron lo mismo.La presencia de Dios es allí más fuerte que en ningún otro lugar donde yo haya estado a lo largo de mi vida.

Volveré si Dios quiere, y recomiendo a mis lectores que también lo hagan, independientemente de si son creyentes o no.
Eso sí; les aconsejo que no lo hagan en compañía de personas tan despreciables como el burro Josep, el que como buen nacionalista, rebuzna distinto al resto de los demás burros.


Amigos: feliz semana